todos los templos deberían
dar leche a sus hijos
hasta más no poder Spinetta
Como la militancia
ocupa tanto espacio
en las redes, yo escribo
y publico palabras
que no comen del mundo
sino su luz. Ya ven:
incluso si es de noche,
alzo un bocado --un hilo,
por ejemplo; una puerta--
con los ojos y como,
callado, de ese pan
primero, exuberante.
Los militantes triscan
alcoholes de una vid
depauperada. Yo
mastico algo que es suma:
parsimonioso, dúctil.
Una puerta cerrada,
pero que puedo abrir.
Una ventana norte,
pulmón la madrugada.
Cuatro muros cansados
de guardarme, guardarme.
Y un techo horizontal,
allá arriba, y el piso.
Y pensar que van cuatro
décadas que me saben.
(Nudo vial. Dormir
entre coches que pasan.)
Están tan apegados
a sus propias palabras,
a las que toman por
la Realidad, que apenas
matizás sus versiones
o las das vuelta, chillan
dispuestos a quemarte
por hereje. La historia
se repite: te juzga
la vieja Inquisición,
te cuelga el Sanbenito
y ahí nomás al fuego.
Mundo de terroristas
que es la Santa Verdad.
Leyeron, en un cuento,
toda la Historia, llave
para sortear las puertas
sucesivas que el mundo
nos va oponiendo. Fosco
el modo de mirar
la realidad, dichosa
la esperanza. Después,
el cuento, que mintió
honradamente, se hizo
trizas entre las simas
del devenir. Ustedes
nunca lo abandonaron
y, así, entremezclan dimes
y diretes al cuento.
No aceptan que se engañan.
Con leer una línea
--un titular-- alcanza
para saber que el mundo
empeora sin remedio.
Pero los titulares
se multiplican y
nos interpelan noche
tras noche: incontenibles.
Entonces, no es que el mundo
se degrade y se pierda.
El mundo, nuestro mundo,
es el peor de todos.
Y lo olvidamos. Una
brisa nos adormece.
amor se llama el juego
en el que un par de ciegos
juegan a hacerse daño (Joaquín Sabina)
Porque así, poca cosa,
con todas las peleas
fisurando los días,
cada día, el amor
resultó ser. Dormís
--lo canté tantas veces--
en la otra pieza, un poco
murmurás entre sueños,
y yo velo mis armas
de padecer. Iría
más allá de la niebla,
de los escudos, pero
es aquí donde incide
la confusión: amamos
el malestar, henchidos
por la mitología
que supimos tener.
Detenete. Sentí
cómo te desamparo
en las plazas más duras,
en medio de un invierno
que corroe tu nombre.
¿Hacemos bien? Mirá
cómo, insegura, surgen,
por amar, sólo lágrimas
de una flor que la hiel
apelmaza en su luz.
Tu mascota respira
algo penosamente.
Duerme en su cucha. Gira
la noche de repente.
Ahora sos el perro
que duerme. Recorrés
un minúsculo cerro
olfateando. Te ves
reflejado en la luna,
que es un río interior,
lento como la muerte
en llegar. Una runa
corona, resplandor,
tu inesperada suerte.
Y la respiración,
sibilante, distinta,
entrecortada, soplo
cosido por apneas
en las noches; la espalda,
quebrada, fracturada
por cuatro lados, tallo
tronchado varias veces,
como cardo salvaje
que golpearas con una
vara, de niño; el vientre,
o la cojera, en fin,
todo descalabrado,
hundido por demás,
como hablando entre dientes,
continuamente, de
lo que más teme ella,
siendo recordatorio
ríspido y persistente
de la caducidad,
reloj atravesado
en las fuentes.
El cuerpo, resentido
por las muchas torsiones
a que lo sometés,
amaneció agotado,
bolsa de huesos vieja
que un poco seguirá
andando, y no: presiente
que queda poco tiempo
de vida. Un cuerpo que antes
era ardilla, era músculo
juvenil. Las lecturas
desenfrenadas, casi
sin pausas, sin perdón
lo quebrantaron. Mala
pasión, única ley.
Piedra Limada ignora
todo lo que es política.
"Gane Macri o Cristina,
¿en qué me afecta?" Trato
de explicarle al anciano
lo mínimo y no puedo:
con incredulidad
me escucha. ¿Cómo hacer
para desviar un río
que vivió sólo a base
de fútbol cada finde
y tango los cuantiosos
años de su trayecto?
La radio le dirá
si hay sol mañana. Todo
lo demás no le incumbe.
Se ve que de lo mínimo
no sé nada. Me callo
y le cebo otro mate.
Como si alguien tuviera
ingenio para ser
justo a cada momento
por la mera razón
de que es muy respaldado;
como si alguien tuviera
la verdad al alcance
de las manos, y fuese
un brujo probadísimo
que nos diera la lluvia
y el sol... Bueno, allí están
los caudillos, los ídolos,
que nunca se equivocan;
allí están los cantores
del Mito inapelable.
Somos muy de aguantar,
animales de carga,
a base de promesas
y fuegos de artificio.
¿Cómo que no sabemos
lo que pasa en el mundo?
Escenas de violencia
guarda cada pupila.
La Guerra es el lenguaje
que los Jefes barajan.
Entre tanto la tele
disimula y sonríe.
Porque, aunque nos mintamos,
el mundo es un abismo.
Está bien lo que hacía
Giannuzzi: un jardincito
con un café y sus discos
más preciados. Un tiempo
nomás de respirar
en pleno Armagedón,
entre oficina y calle,
recuperando fuerzas
frente a esas vejaciones
y crueldades a que
nos vemos sometidos
interminablemente
sin que nadie se salve.
El esclavo descansa
entre Mozart y un tiro
junto al amo en un muelle
en el que todos toman
su taza de terror
que da a beber la Época.
Escribir, es decir,
afectar una pose,
no implica que practiques
el feísmo, aunque sea
para hablar contra Macri
o el demonio de turno.
Porque no te disculpan
el motivo, la Causa
ni la intención. La pose
ha de ser valedera,
como la del Moisés
de Miguel Ángel. Puede
que optés por ser payaso.
Allá vos. El feísmo
es endemia en el verso
argentino. Volemos,
o entreguemos en prosa
lo que no es poesía.
"Retirarse del mundo",
sale decir. Las partes
esgrimen argumentos
del tipo blanco o negro,
agua o aceite, y nadie
recuerda que se puede
intentar algo más
que revolear la propia
verdad a rajatabla
como un poncho, a lo Sole.
De la epistemología
se te ríen. Se ensucia
la cancha, y todos gruñen
apenas les decís
que hacen trampa. Vivimos
entre amedrentamientos.
"Retirarse del mundo";
pero no hay sitio inmune
al Diablo de la Historia.