No sé qué pasa, amor.
Estamos muy nerviosos
y chocamos seguido.
Sí, soy más yo. Escribiendo
sale una voz clemente
y el querer alabar
tus cosas, pero chispas
se encienden al contacto
con tu palabra. Tengan
realmente los suaves
poemas osatura.
Tenga días felices
con vos. Porque escribiendo
sin tu dulzor me hundo.
"Nenito de diván":
tu lengua, viperina
en la pelea, asesta
un golpe que me hiere
en lo más hondo. No:
hacer oídos sordos
a tu voz, venenosa
cuando nos detestamos.
Caen algunas gotas
todavía detrás
de la ventana. El agua
se sigue acomodando,
la gravedad ejerce
su influjo. Del foquito
que amarillo perfila
todos esos objetos
que cualquiera reúne
en su mesa también
surge lo más curioso:
la luz. Afuera, oscuro
y húmedo, pero aquí,
seco y brillante. ¿Viste?
Un cosmos en que el orden
invita a que se cante
con una nueva voz.
No puede ser. Las calles
de mi barrio se aburren
de tanta calma y paz,
o eso parece cuando
salgo a las siete y media
a conseguir las cosas
para la cena. ¿Cómo
sería que de golpe
silbaran sin aviso
las bombas, que sonaran
explosiones después
y que mi casa, en fin,
reventara entre esquirlas?
Eso es sólo la tele.
Eso es sólo la tele.
Discutimos a veces
sobre si es buena música
lo que escuchamos, vos
y tus gustos, lo mismo
que yo y los míos. Pongo,
decís, cosas horribles
y exigís que elijamos
lo que tenemos en
común. Así, Spinetta,
algo de Fito, el bueno
de Silvio, hasta Sabina.
(Me aceptaste la luz
instrumental de Mozart.)
Vos que amabas Cortázar
te asustás con Steve Reich.
En mi pieza, de noche,
te soy infiel: me busco
en Nono, que es así
sólo porque Los Cafres
siguen siendo Los Cafres.
Porque aún no amanece
Piedra Limada escucha
los tangos que la radio
propala para el mate
cocido. Alguna luz
como que se percibe;
las veredas de a poco
irán siendo pisadas
en una dirección
y en la otra, y los bondis
pasarán más seguido.
Llueve: los tangos ponen
el ánimo más lúcido
a esta hora. Vendrá
el día y pelearemos
como que con más fuerza.
Yo sé que detestás
las bolsitas de plástico.
Cada compra que hacés
te encajan por lo menos
cuatro o cinco. Los mares
son en tus pesadillas
olas y olas de cada
vez más imputrescibles
desechos de esa nueva
materia. Porque cada
vez más los mares mueren,
como tu corazón.
La noche, negra como
la piel de una pantera,
detrás de la ventana,
tras la reja, ilumina
con el vacío el cuarto
en el que escucho música
y escribo. Pero ¿tiene
color, o nombre, el mudo
vacío? Un precipicio
por el que no caemos
sería, y que nos urge.
La ventana, en la noche,
es más bien un color
y una tibieza, cosa
humana y apacible.
Hay demasiado ruido:
el día ya es un hecho.
Una radio en inglés
perora tras la puerta.
Los autos, impiadosos,
pasan, pasan y rugen.
Arlt se me burlaría;
que siga prologando.
Ay, noche, sos tan breve
y tan violento el mundo...
La Iglesia, con sus cuatro forúnculos, unida
al terraplén de bienes que pernoctan, alfiles
de alguna narración de estipendios del hampa,
junta los arrecifes de las lonjas del ángel
en una mezcolanza que no admite reproches.
El Libro, periscopio de temporal severo,
argumenta los cismas de otra colina y mosca,
en tanto el feldespato de tu sien, promovido
a esa chompa del pero, toga para difuntos,
arrincona camiones sin caer en melindres.
Tascas del neceser: ¿compulsaste las huchas
del comedor de anoche dándote al escolazo
del toro? Los derviches, la verga a los baúles,
timaron estaciones, retiraron virajes,
desmejoraron burros, sirga del escarpín.
(Cantigas y verbenas
y Tuñón del embrollo.)
De lo que más hablamos,
recordando, riendo
y suspirando, es de
la pasión. Es un dulce
recurso: con palabras
calmamos la premura
y el deseo del otro,
no con el cuerpo. Siempre
que nos tocamos hay
una chispa que quema
un poquito: la hundimos
en el agua cortante
de la ironía sin
muchas vueltas. ¿No viste
cómo crece esa sombra?
Últimamente chocan
por momentos un poco
nuestros modos de ser.
Somos cambiantes, tanto
vos como yo sabemos
lo que es ser bipolar.
O no: no lo sabemos,
ignoramos qué voces
del alma nos consumen.
¿Qué dice este poema?
Que la borrasca viene
y se va, y vuelve un sol
sin nubes. Este río
es navegable aún,
este tono me calma.
"Sos lindo con la luz
apagada", dijiste,
y nos reímos tanto
que nos vimos los dos
en plena oscuridad.
Luz que no es sólo brillo
pero que nos alcanza
para saber con quién
somos los más dichosos.
Gritos desde las canchas:
los tenemos al frente.
De nochecita sudan
corriendo la pelota.
Esto que fue la Whelan
hoy es un fútbol cinco.
Todos vienen en auto,
todos tendrán familia.
Más tarde, al despedirse,
reirán en la calle.
Y de nuevo oiré
los perros a lo lejos.
Se te había dormido
el brazo y me llamaste,
angustiada: mi nombre
llegó desde la pieza
como un desgarro, y yo,
que leía en la sala,
pensé por un segundo
que esa frase (mi nombre)
te venía a los labios
también desde las dunas
del sueño. "Soy realmente
querido...". Te atendí,
te consolé (caricias
y frasecitas), casi
emocionado; luego,
cuando estuviste bien,
volví a las fotocopias.
"Andate", me dijiste,
"y escribime un poema".
Y te quedaste a oscuras,
en el sommier, pensando
probablemente en cosas
como cómo llegar
a finales de mes.
No hay problema: mañana
será otro día, el sol
te alumbrará y al resto
de nosotros, y encima
verás que te escribí,
y que volvió a cuidarte
la Esperanza de siempre.
Te compré un matecito
y una bombilla medio
que de juguete --cómo
pega la Economía
en los obsequios...--. Mate
de plástico, bien fashion,
bombilla petisona.
(Falta el termo. Ponele
que otro lo aporte.) Muchas
tardes te durará
este regalo. ¿Yerba?
Lo charlamos después.
